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Hoy leía la contra de El Periódico y me encontraba con un pequeño artículo del periodista Xavier Sardà. El decía que este domingo, día 9 de noviembre de 2014, había decidido no usar su derecho como ciudadano y no votar en este curioso momento histórico en el que se ha realizado una consulta-encuesta (o algo parecido) medio ilegalizada por el Tribunal Constitucional en el que se planteaba la pregunta sobre la posible independencia de Catalunya; un domingo que -coincidiendo con la caída del muro de Berlín hace 25 años- debía ser un espejo que nos devolviese imágenes de tolerancia y afecto, un domingo en el que los ciudadanos pudieran ejercer su opinión -sea esta cual fuera: positiva, negativa...- sin animadversión, sin gritos, sin insultos ni reproches, alegrándonos de que la gente pudiera hacer sin miedo un gesto que la democracia siempre debería permitir. Y yo también me he alegrado por ello, dejando de lado la manipulación mediática de unos y otros -que la ha habido-, de las presiones de aquí y de allá, formando parte de esas colas de personas que han podido, casi como si se tratara de un día de fiesta, opinar sobre su futuro (sea cual sea su validez final).

Pero además, el mediático periodista Xavier Sardà hacia referencia a una carta de la que Borja de Riquer hacía mención no hace mucho sobre un político conservador llamado Manuel Duran Bas que enviaba a un amigo suyo, Francisco Silvela, en 1881, en la que se insinuaba que entre las clases sociales de Barcelona de la época iba calando la idea de que en Madrid se desdeñaba  en general todo lo que no eran intereses de la Corte, así como que se tenía mala voluntad hacia Cataluña. Vaya, en definitiva, que Cataluña y Madrid no se entendían.

Es curioso, pero hace unos meses me estaba documentando para una novela de Ciencia Ficción de género steampunk que he escrito llamada Pétalos de Acero y que se desarrolla en Barcelona durante la Exposición Universal celebrada en 1888 y, tras leer una serie de artículos de diferentes periódicos de la época, llegué a la misma conclusión. Tuve la extraña sensación de que aquellos artículos podían haber sido escritos la semana de antes y tendrían la misma vigencia que antaño. Eran increíbles los problemas que los organizadores de la Exposición habían tenido para llevar a cabo esta, con trabas e impedimentos por parte de Madrid, así como la poca o nula subvención que se obtuvo en su momento del Gobierno central, a pesar de que finalmente la reina regente María Cristina de Habsburgo-Lorena había llegado al quite e inaugurado el gran acontecimiento. ¡Y estamos hablando de hace más de cien años! 

Está claro  que el tema catalán, que la relación entre el gobierno de España y Cataluña, siempre se ha encontrado en un ir y venir de dificultades y recriminaciones que todavía no se han solucionado, y que con el continuo cúmulo de errores que se han cometido desde los estamentos políticos difícilmente tendrá solución o, si la tiene, no gustará a todos los involucrados.

Sea como sea, hoy, como catalán, como ciudadano del mundo, liberado de cualquier frontera física o política, me congratulo de que aquel que lo haya deseado haya podido expresar libremente su opinión, de forma pacífica y sin trabas. El futuro dirá.





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