Desde hace unos meses he estado pensando en compartir con vosotros alguno de mis relatos, en pequeños bits, en pequeñas burbujas literarias, que deberéis seguir para conocer el final. Así que, por fin, me he decidido.
Y el primero de estos relatos que os traigo se llama "Bajo tierra". Lo escribí para participar en una antología que homenajeaba a H.P. Lovecraft que se realizó durante el Festival de Fantasía de Fuenlabrada. La verdad es que no fue elegida para formar parte de ella, sin embargo le tengo mucho cariño porque considero que sigue bastante fielmente el concepto de los cuentos de ese gran maestro inspirador que fue Lovecraft para todos aquellos que nos gusta la Ciencia Ficción y el Terror.
Espero que os guste.
Bajo tierra (1ª Parte)
Tres meses han transcurrido desde que
vinieron a buscarme aquellos hombres. Aún sigo
preguntándome por qué tuvieron que hacerlo. Quizás fuera ese mi destino, mi fatal
sino. Quizás aquel punto de inflexión era necesario para que pudiera ser
consciente de la realidad que nos envuelve, del engaño diario en el que
vivimos, sumidos en la superficialidad de una existencia que ignora la verdad,
probablemente porque, si hubiéramos sabido de ella antes, la especie humana
habría desistido en su empeño de sobrevivir hace tiempo.
Tres meses sin poder dormir más de unos
minutos diariamente, y ello ha empezado a afectar a mi salud y a mi trabajo. No
puedo concentrarme, y me he visto obligado a pedir que me sustituyan en
mis clases en la universidad. Mis alumnos no dejaban de
mirarme inquietos,
temerosos por mi transformación. He perdido siete kilos y me atiborro a
pastillas intentando arrancar de mis pensamientos aquellas imágenes que se han
clavado a mis neuronas como astillas de madera quemada. Cuando exhausto cierro
mis párpados, ni un segundo tarda mi cerebro en recrear de nuevo para mi pavor aquellos momentos que
involucraron la muerte de tantos inocentes, y soy incapaz de hallar un instante de descanso. ¿Quién en su sano juicio podría hacerlo? Agotado físicamente,
torturado por pesadillas que corrompen
mis sueños,
he creído encontrar una manera de liberarme de este peso que hunde mis hombros
y hace crujir cada uno de mis huesos, oprimiéndome los pulmones hasta atenazar
mi corazón. Espero que escribir el motivo de que mi razón se resquebraje día a
día pueda arrancar de mis entrañas esta horrible sensación de desazón y
demencia.
Mentí a los que me ayudaron, a los que
salvaron en última instancia mi parte física, para protegerles, para que no
enloquecieran junto a mí y extendieran el caos
indiscriminadamente, pero me atormenta haberme equivocado en mi decisión.
Es por ello que preciso dejar constancia
de lo que mis ojos vieron y mis sentidos percibieron… ¿O es posible que lo que
creí vivir fueran tan solo perversas alucinaciones inducidas por el estrés de la situación? Me gustaría que así fuera, me gustaría tener
la certeza de que la humanidad realmente no se halla en peligro, aunque me temo
que nunca he tenido una gran imaginación, que mi cerebro sería incapaz por sí
solo de crear un aberrante espejismo como aquél del que fui partícipe. La incertidumbre me corroe como una miríada de hambrientos gusanos, más dejaré mi
legado impreso antes de que la fina línea que separa la lucidez de la sinrazón
se diluya. Es necesario que todo el mundo sepa, si es que es cierta, la amenaza
latente que se esconde tan cerca de nosotros y que por culpa de nuestra
incompetencia, tras esperar eones, ha despertado con el único afán de
conquistar aquello que alguna vez, en el albor de los tiempos, debió ser suyo.
Todo empezó cuando los dos
hombres vestidos con trajes negros y gafas oscuras entraron en mi despacho de la Universidad Rey Juan Carlos preguntando por Carlos Dexter, catedrático de
Historia de la Arquitectura y del Urbanismo en la
Facultad de Fundamentos de la Arquitectura,
mientras me encontraba escribiendo un artículo que la revista Life Architecture me había solicitado sobre
la próxima construcción, en el centro de Madrid, de un
edificio de oficinas de aluminio perforado muy semejante al que Yoshihiro Amano había
diseñado en Tokio.
Y resultó que el
hombre a
quien venían buscando era yo mismo…
(Continuará)
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